Contar con una cultura de responsabilidad en el equipo contribuye a evitar los conocidos como ‘tierra de nadie’ o los temas que se quedan pendientes por falta de definición clara de un responsable
Las líneas del liderazgo en una empresa o en un equipo de trabajo también pasan por crear una cultura de responsabilidad. Que cada miembro conozca sus cometidos, conozca sus plazos y sepa cuándo y ante quién debe rendir cuentas favorece la asunción de responsabilidades y la organización del trabajo. Además, favorece que este se realice con fluidez logrando evitar posibles conflictos ocasionados por indefinición. Así lo exponen expertos en desarrollo de habilidades empresariales y liderazgo como el autor Mike Figlioulo, director de ThoughtLeaders LLC.
Contar con una cultura de responsabilidad en el equipo contribuye a evitar los puntos conocidos como ‘tierra de nadie’ o los temas que se quedan pendientes por falta de definición clara de quién tiene que resolverlo. Ante esta circunstancia, u otras que se puedan plantear en la definición de funciones de los miembros del equipo, el líder ejerce siempre de modelo de conducta.
Los líderes deben generar confianza y afianzar su credibilidad frente al equipo humano al que dirigen. Por su parte, los trabajadores asumen los resultados de su trabajo individual y colectivo. Esto es tan válido cuando el resultado es positivo como cuando no lo es o, incluso, si aparecen errores.
Las etapas de la cultura de la responsabilidad
- Para diseñar una cultura de la responsabilidad hay que crear una ruta definida que empieza en la definición de responsabilidades y establece los canales de comunicación para rendir cuentas del desempeño individual y colectivo. Cada persona es líder de sí mismo y de su trabajo para el bien común y, por tanto, para la rentabilidad y buena marcha de la empresa.
- Da buenos réditos adoptar un enfoque de aprendizaje continuo y establecer mecanismos de escucha activa que promuevan el diálogo diario con los empleados y también con los clientes.
- Puede ser muy positivo incluir programas de incentivos o recompensa ayudan a estimular la motivación y también ilusionan. No siempre tienen que ser recompensas financieras pero sí deben ser concretas, responder a unos objetivos claros y alcanzables y ser aplicadas con transparencia.