Históricamente el seguro ha innovado como respuesta a una necesidad, a un temor o para aprovechar una oportunidad

Innovación historia

En la próxima Semana Mundial, que se celebrará el 25 de octubre en el Teatre Nacional de Catalunya (TNC), conoceremos una nueva generación de propuestas innovadoras. Pero la historia nos recuerda que desde el entorno del seguro han surgido propuestas y soluciones que han contribuido a cambiar el mundo. Han sido cambios en positivo que han generado riqueza y bienestar. Estos son tres de estos momentos transformadores.

1) El origen moderno de la industria aseguradora se sitúa entorno a siglo XIV con la aparición del seguro marítimo. En esa época, se generó toda la arquitectura legal que dio forma y certidumbre al contrato de seguros. Los expertos sitúan el momento clave de este proceso en el 1435 con la promulgación de las Ordenanzas de Barcelona que son consideradas como la primera regulación del contrato de seguro. Este proceso fue toda una innovación en su época y transformó el comercio entre las ciudades españolas y las italianas, primero, y posteriormente entre el resto de Europa. Y es en esta época cuando surgen las primeras pólizas y la figura de los agentes y corredores de seguros. El establecimiento de las bases legales hizo posible el surgimiento de una industria aseguradora.

2) La innovación puede surgir también como respuesta a una catástrofe y eso es lo que sucedió en Londres en 1666 cuando un incendio arrasó tres cuartas partes de la ciudad. Se estima que alrededor de 13.000 casas fueron destruidas por las llamas. El impacto económico fue devastador. Ante el temor a que un hecho semejante volviera a suceder, surgió una innovación con la creación del seguro de incendios. Los asegurados contaban con el auxilio de un cuerpo de bomberos que dependía de las compañías y que acudía para sofocar las llamas.

3) Otro momento transformador tuvo como escenario el París de principios del siglo XIX cuando los responsables de la ciudad crearon un fondo financiado por los cocheros para hacer frente a los daños a terceros. Fue una forma de ordenar una actividad que entrañaba riesgos para los peatones y también para el patrimonio urbano en el que era el principal medio de transporte de la época. Con ese fondo también se pagaban las multas.

La idea fue extendiéndose a otras ciudades del mundo y cuando a finales del siglo XIX apareció el automóvil, una innovación absolutamente disruptiva, la incipiente industria aseguradora innovó también para adaptar el seguro de los coches de caballos a los nuevos vehículos de motor. En un principio, las coberturas no hacían referencia al choque entre vehículos motorizados sino al impacto con un carro o un jinete.

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