Jordi Parrilla, director de la Fundación Auditorium, recuerda el papel que los seguros tienen en la lucha contra la subida de los precios
Como consecuencia de la guerra de Ucrania, el drama a nivel humano que supone y su repercusión en el encarecimiento de la energía, los problemas en las cadenas de suministro de determinados productos, y otros factores que harían muy larga la lista. Estamos viviendo desde hace meses una escalada de la inflación que está amenazando seriamente a una gran parte de países, ya no en las posibilidades de crecimiento de sus economías, sino en el peligro del inicio de una recesión.
Esta situación, sumada a la crisis financiera de 2008, cuyas consecuencias aún se mantienen en algunos ámbitos, y la pandemia, está empeorando seriamente la capacidad de muchas familias para mantener su nivel de vida y, en algunos casos, directamente las está llevando a umbrales cercanos a la pobreza.
La receta tradicional que están aplicando los bancos centrales es la subida de tipos de interés, con los consiguientes efectos sobre el crédito y el consumo, lo cual indirectamente puede producir, precisamente que pueda agudizarse la falta de crecimiento de las economías y la recesión.
Es cierto que muchos gobiernos, además, están aplicando políticas complementarias que pretenden detener la inflación en sus respectivos países y evitar que la posible crisis que se avecina deteriore de forma dramática la situación de personas que, de forma eufemística, denominamos vulnerables.
Entre las soluciones, que dada la magnitud deben ser varias y de resultado incierto, raramente se encuentra el fomento del ahorro en general, y en concreto, lo que representan los seguros en este ámbito.
Cualquiera que curse estudios en materia de seguros sabe que, entre otras muchas cosas, son un instrumento que contribuye en parte a reducir la inflación.
Aunque algunos pretendan simplificarlo ahorrar no es sinónimo de disminución del consumo.
A pesar de que no sea una definición muy ortodoxa, el ahorro tiene como consecuencia el que no se consuma en determinados bienes y servicios, y en cambio se permita tener en un futuro una capacidad de consumo cuando la edad u otras circunstancias no permitan mantener el nivel de ingresos. De ahí parte de su importancia.
Muchas veces se ha dicho que en nuestro país las familias han utilizado la vivienda como fórmula tradicional de trasladar su capacidad de ahorro, y sin embargo el déficit de vivienda social, o simplemente disponible a precios razonables, sigue siendo un problema que afecta de forma de manera importante a diferentes sectores de nuestra sociedad. Los jóvenes, por ejemplo.
Tal vez habría que replantearse algunas cuestiones sobre este tema.
Algunos han intentado convertir a una sociedad que no está acostumbrada a que el riesgo forme parte de su estrategia más allá de la inversión en vivienda. sin más, en inversores de productos financieros. Olvidan, por ejemplo, que tenemos instrumentos como el seguro, que tiene múltiples y variadas soluciones.
Por otro lado, somos un país preocupado por su capacidad para hacer frente a las pensiones públicas y, sin embargo, hemos penalizado -por no decir demonizado- las formas de ahorro individual con incentivos fiscales pensando en sustituirlos por planes a través de las empresas sin trazar un camino que permita, como mínimo, una transición ordenada.
El Observatorio de Sistemas Europeos de Previsión Social Complementaria de la Universidad de Barcelona, del cual es patrono la Fundació Auditorium, hizo un estudio en 2021 sobre la implantación de los Planes de Empresa, basado en datos del 2020, que demuestra la escasa implementación en grandes empresas. Resulta demoledor en el caso de las pequeñas y medianas.
Un entorno de tipos de interés tan bajos y durante tanto tiempo no favorece a los seguros de ahorro que buscan garantía. La inflación alta tampoco. También podríamos preguntarnos si un entorno de inflación alta sostenido en el tiempo va a beneficiar aumentos salariales vinculados a planes de empleo.
Cada vez son más los que han dejado de cuestionar que hay que complementar el sistema público de pensiones, basado en el reparto, con otro privado basado en la capitalización, y que hacerlo en el ámbito de la empresa, como se ha demostrado en otros países de nuestro entorno es una buena fórmula.
Pero de momento la realidad es la que es.
En el estudio del Observatorio Europeo, se hace hincapié en que las pequeñas y medianas empresas constituyen el 99% del total, y dan trabajo a un 60% del total de empleo empresarial, mientras que las grandes empresas representan el 1% restante.
En las grandes empresas solo el 14,78% tienen constituidos Planes de Empleo cuya cobertura alcanza al 32,43 de los trabajadores.
Por el lado de las pequeñas y medianas empresas, solo el 1,07% tiene Planes de Empleo, que cubren a un 2,22% de sus trabajadores.
Y en ambos casos, pequeñas o grandes empresas, el importe de las aportaciones está muy alejado de la cotización media por afiliado de la Seguridad Social.
¿Significa esto que esta vía no es válida? En absoluto, significa que hay que seguir trabajando mejorándola si es posible pero sin desdeñar, por ejemplo, el ahorro individual.
Desde el punto de vista asegurador en general, experto en el ahorro a largo plazo, los planes de empresa son líneas de productos arraigadas en su propia naturaleza como sector. Y en el caso de los agentes y corredores en particular, principal canal de distribución de seguros, una vía para ofrecer asesoramiento con alto valor añadido.
Cuando se hable de mejoras, por ejemplo, una cuestión que habrá que poner sobre la mesa entre otras muchas, es si es conveniente que la mayoría de estos planes se basen en esquemas de aportación definida. O bien es mejor hacerlo hacia los que se basan en la prestación recibida.
Dicho de forma simplista, ¿qué consecuencias tiene saber lo que aportaré por encima de lo que recibiré?
Quienes defienden que deberían prevalecer los sistemas de prestación definida, entienden que con ello se traslada en menor medida el riesgo a los ahorradores, pensando también que en España sigue prevaleciendo la cultura del ahorrador por encima de la del inversor.
Pero independientemente de lo anterior, ahora mismo, lo realmente importante es que en el contexto en el que estamos, se exploten todas las vías posibles para frenar la inflación con independencia de que tengan mayor o menor impacto. Y en la medida de lo posible favoreciendo, cuando menos, el poder adquisitivo de las personas en el futuro y de paso fomentar el ahorro a largo plazo.
A los planes de empresa les espera aún un largo camino. En este sentido, haber reducido de forma tan drástica vías como los límites en las aportaciones a planes de previsión individuales o no explorar en la gran gama de seguros tradicionales de ahorro elementos de mejora en el tratamiento fiscal, no parece una buena solución.
Como no se cansan de decir personas con un profundo conocimiento asegurador, se trata de un sector que participa de forma activa en la financiación de la economía de un país. No solamente por las prestaciones que realiza en su actividad cotidiana sino también por sus inversiones.
Se trata de un inversor estable y a largo plazo. Basta con ver, por ejemplo, la cantidad de recursos que dedica a la deuda pública que permite a los Estados disponer de medios para prestar servicios a sus ciudadanos. Y es un pequeño ejemplo.
Solo hay que fijarse en las economías que tienen un sector asegurador con un peso importante.
Jordi Parrilla, Director de la Fundación Auditorium